
Vista de Tornavacas desde la barrera la Fuente

Tornavacas, mastín al cuidado de las ovejas

Tornavacas, mastín al cuidado de las ovejas

Tornavacas, mastín al cuidado de la finca

Tornavacas, carlanca para perro mastín

Tornavacas, yeguas pastando en la Garganta de San Martín

Tornavacas, vacas pastando en la Angostura

Tornavacas, vacas pastando en el Tejaíllo

Tornavacas, cabras en la Serrá recogidas en el corral

Tornavacas, chozo y corral para ovejas en Asperones

Tornavacas, cabras monteses en Castifrío

Tornavacas, ciervas en la sierra

Tornavacas, jabalí en la sierra

Tornavacas, cabra montés enferma

Tornavacas, cría de ciervo comida por los lobos

Tornavacas, hueso del cráneo de un macho montés

Tornavacas, cuerno de macho montés

Tornavacas, restos de jabalí comido por los lobos

Tornavacas, restos de corzo comido por los lobos

Tornavacas, restos de macho montés comido por los lobos

Tornavacas, posibles excrementos de lobo ibérico
Dentro de la evolución normal en un ecosistema, el lobo ha vuelto a Tornavacas a ocupar su lugar en el mismo, la cúspide de la pirámide. Aunque pueda parecer contraproducente no es más que la regulación de la cadena trófica, si no hay depredadores naturales, se produce superpoblación de las especies con el perjuicio para la naturaleza que ello conlleva.
No es para nada extraño que el aumento del monte y de las especies que en él habitan, haya facilitado la vuelta del lobo a Tornavacas. Era cuestión de tiempo.
viernes, 4 de abril de 2025
La Caraba

Tornavacas, tronco de madera y poyo de piedra
¿Dónde vas?
Voy a echar la caraba con el Pedro allí al collao Roble Solo, ya he dado el careo a las cabras hacia los Collaones y ahí están bien, si alguna golosa como la Guapa, o la Gitana se desmanda de la piara, no te preocupes que la Cani es muy buena carea y enseguida la recoge. De todas maneras no estaremos mucho rato, viene oscuro del lado de la Vera, veremos a ver si no viene alguna fusquía. Además, hay dos que están a boca parir, y tengo que estar al cuidado que no se los coman los guarros o las zorras. Si no paren hoy, de esta noche no pasan.
Voy a echar la caraba con el Pedro allí al collao Roble Solo, ya he dado el careo a las cabras hacia los Collaones y ahí están bien, si alguna golosa como la Guapa, o la Gitana se desmanda de la piara, no te preocupes que la Cani es muy buena carea y enseguida la recoge. De todas maneras no estaremos mucho rato, viene oscuro del lado de la Vera, veremos a ver si no viene alguna fusquía. Además, hay dos que están a boca parir, y tengo que estar al cuidado que no se los coman los guarros o las zorras. Si no paren hoy, de esta noche no pasan.

Tornavacas, cabras veratas sesteando en la sierra
Además de las interminables jornadas de trabajo, los cabreros en la sierra de Tornavacas, se permitían alguna actividad de ocio, como era echar la caraba con el resto de cabreros que pastaban en la misma finca o en las colindantes y cercanas. Esta forma de socializar les relajaba del quehacer diario y entre ellos se ponían al día de los distintos asuntos que sucedían, tanto a otros cabreros, como al resto de las gentes del pueblo.
Aunque por entonces la sierra estaba llena de vaqueros, pastores y cabreros, pues había muchas cabezas de ganado que pastaban en la sierra de Tornavacas, y eso les permitía charlar unos con otros y socializar. Prácticamente todos los majales estaban ocupados, por lo que había muchas personas viviendo en la sierra por aquel entonces. La soledad de la montaña empujaba a los cabreros a echar una caraba con algún otro que pastaba en las dehesas cercanas o en otros majales de esa misma finca. Una vez dado el careo a la piara o cuando después de haber saciado el hambre las cabras se tumbaban o ya estaban tranquilas, los cabreros se juntaban para charlar un rato. Cruzar un cerro en un momento, atravesar un hoyo, o cruzar la linde no era sacrificio alguno comparado con la satisfacción de conversar e intercambiar opiniones con los demás cabreros. Esto demuestra lo importante que es para los humanos socializar, convivir y en definitiva tener relaciones personales. Una forma de convivencia esta, que ha desaparecido de nuestra sierra, puesto que ya no hay cabreros ni vaqueros que la puedan seguir practicando, con lo que la soledad de la montaña, también se ha quedado sola.

Tornavacas, cabrero de careo con sus cabras

Tornavacas, cabrero y su hijo ordeñando las cabras

Tornavacas, pastor con sus ovejas

Tornavacas, cabrera al cuidado de sus cabras
Algo tan simple y a la vez tan complicado está desapareciendo de forma acelerada
en la sociedad. Dentro del actual contexto social, la hiperestimulación a la que
estamos sometidos, producto de tantos dispositivos electrónicos está llevándonos
a la soledad más absoluta. Sin ser conscientes de ello la sociedad es cada vez
más individualista. Ahora charlamos a través del teléfono móvil, aunque estemos
en el mismo lugar físico. Compartimos infinidad de información y desinformación
continuamente sin reparar en que estamos abandonando el roce, la charla y la
convivencia, eso tan importante que nos hace crecer como personas, el hecho de compartir
conocimientos. Puede que aún no seamos conscientes de la repercusión de nuestra
conducta. Está claro que estamos perdiendo valores como personas y como
sociedad. Quizá debamos repensar el momento actual y reconducir nuestra forma de
relacionarnos.

Tornavacas, vecinas charlando en la calle Ancha

Tornavacas, vecinas charlando en la calle Real de Arriba

Tornavacas, vecinas charlando en las callejas

Tornavacas, vecinos charlando a la sombra de un cerezo
Las gentes del pueblo también practicaban y aún practican esta forma de socializar. Echar la caraba en la puerta con los vecinos ha representado una especial forma de convivencia. Salir al fresco sobre todo en verano y charlar sin descanso de los distintos asuntos del campo u otros temas, ha dado forma a este aspecto tan bonito de los humanos.
Una silla de madera, el poyo de piedra de la puerta o un tronco de madera recalzado en la calle, representaban los elementos perfectos, para el mejor escenario de convivencia. Salir al fresco a la puerta a charlar con los vecinos o con cualquiera que pasara por la calle ofrecía armonía y aportaba alegría en la convivencia vecinal. Una ausencia por completo de elementos de distracción, ni siquiera de televisión, pues en muchas casas ni la había. ¡Qué distinta forma de pasar el tiempo, tenían nuestros ancestros! Cómo buscaba la gente la manera de entretenerse pasando el rato con vecinos y familiares. Los chiquillos a veces interrumpíamos la conversación, para pedir agua o cuando el balón se colaba entre las piernas de los mayores que estaban sentados. Gesto que incomodaba siempre al interlocutor de tan apasionante relato. Una vez superada la breve distracción infantil, proseguía el debate callejero.
Esa conversación tan amena y distendida se interrumpía con el paso de algún transeúnte por la calle. Un breve silencio, saludo de rigor y vuelta a la caraba. Si el sujeto era forastero, la intriga invadía a los contertulios. Una serie de suposiciones se sucedían para averiguar la procedencia o el destino del susodicho.
Parece de Castilla por los coloretes que tiene, decía alguien.
Este anda a jornal con el tío Celestino, los vi el otro día con la bestia por el camino de la Nava. Creo que es de las Hurdes, y ha venido a ganarse el pan, por lo visto allí no hay jornales y la gente lo pasa muy mal.
En breve cambiaba el tema central de la conversación, producto de algún fenómeno atmosférico, siendo este, un tema general en todas las conversaciones vecinales. Cuando se depende del cielo para ganarse el pan, hay que estudiar con profundidad los asuntos del clima, y nuestros mayores eran expertos en esa materia.
Pronto llueve, esta mañana tiraba mucho la marea y era fría.
Ese era el comienzo del nuevo asunto a tratar. Así, con sencillos temas de conversación, se esfumaba ese armonioso compás vecinal en cada uno de los barrios del pueblo.

Tornavacas, vecinos charlando en la Puentecilla

Tornavacas, vecinas sentadas a la puerta

Tornavacas, vecinos charlando a la orilla del río

Tornavacas, vecinos sentados a la puerta y charlando
La costura también era un buen aliciente para sentarse a la puerta o juntarse para conversar. Las mujeres de entonces maestras en este arte, eran quienes hacían ganchillo, bordaban, zurcían algún calcetín o remendaban algún pantalón del campo que de tantos trozos que tenía cosidos ya no se sabía cuál era su color original. La cesta de la costura hecha con costanas de castaño adornaba la bonita estampa. Incluso las niñas tenían la suya propia y eran educadas en el arte de la costura por sus madres y vecinas. Este traspaso de conocimientos y sabiduría, labraba en silencio el futuro del alumnado. Tanto niñas cómo jóvenes aprendían esas labores inculcadas desde pequeñas por sus mayores más cercanos.

Tornavacas, vecina cosiendo en su puerta

Tornavacas, niñas aprendiendo a coser

Tornavacas, chicas jóvenes cosiendo

Tornavacas, vecina cosiendo en la calle

Tornavacas, vecina cosiendo en la calle
Es posible que la pérdida de la generación de los valores, refiriéndome a los nacidos antes, durante, o justo después de la guerra civil española, pues prácticamente ya se han ido casi todos, se haya llevado este valioso patrimonio. Personas todas ellas curtidas en tiempos difíciles. Muy duros. Hecho este, que le hizo ser muchos más sociables y humanos que nosotros. Pese a las dificultades y penurias que sufrieron, tenían tiempo. Tiempo para los demás, para reír, para divertirse y convivir y sobre todo para compartir. Posiblemente nuestra generación sea la primera que tiene hipotecado su tiempo. Ahora, para poder realizar actividades de ocio, quedar con amigos o tener una charla distendida, tenemos que comprar el tiempo, pues no tenemos libertad para disponer de él. Esto fenómeno es posible que se estudie en unos años por filósofos, sociólogos y analistas. Es probable que haya que repensar el sistema actual establecido y cambiar de conducta, dado que no parece augurarnos un buen futuro como sociedad.

Tornavacas, vecinos charlando en la calleja los Escobones

Tornavacas, vecinos charlando en la calleja los Escobones

Tornavacas, vecinos charlando en las callejas

Tornavacas, vecinos charlando en la plaza de la Iglesia

Tornavacas, vecinos charlando en la plaza de la Iglesia

Tornavacas, vecinos charlando en la calle Real de Abajo

Tornavacas, vecinos charlando en el corralón
domingo, 17 de noviembre de 2024
El último ermitaño de Tornavacas

Tornavacas, Pepe con un chivo en brazos
Camino por la calle Real de Abajo de Tornavacas, en concreto por el barrio los
carburos y veo una escoba apoyada en una puerta. No es una escoba cualquiera,
es una escoba hecha a mano con ramas y arbustos del campo. La observo con
detenimiento, y la contemplo como lo que es, una verdadera reliquia de otro
tiempo, de muchos años atrás. La rapidez con la que caminamos en la
actualidad, muchas veces no nos permite disfrutar de lo bello, de lo auténtico
y genuinamente tornavaqueño. De ese otro modo de vida, anticuado ya, pero que
aún se practica y que apenas despierta un leve interés, pese a su valor, en el
resto de vecinos y transeúntes. La opulencia y comodidad actual nos ha
atrofiado el cerebro, nos ha difuminado el recuerdo y lo que es peor no nos
permite ver este patrimonio. Una forma de vida que Pepe aún sigue practicando,
aunque desentone un poco en el barrio, en el entorno y por supuesto en el
pueblo. La sociedad actual no está preparada ya para ese modelo de vida
autosuficiente y de subsistencia. Estamos en otra época, de eso no hay duda,
puesto que ahora la expresión economía circular se cuela en cualquier
conversación, enfocada aparentemente en la conservación del medio ambiente y
sobre todo en dar más de un uso a la enorme cantidad de productos que
utilizamos en nuestro día a día. Una era la nuestra, caracterizada por el
despilfarro de recursos naturales y generación de residuos a gran escala.

Tornavacas, Pepe atando ramas de sauce para sus cabras

Tornavacas, Pepe binando la siembra

Tornavacas, Pepe con hierba segada
>

Tornavacas, Pepe con haz de hierba al hombro

Tornavacas, Pepe con haz de sarmientos al hombro

Tornavacas, Pepe con haz de sarmientos al hombro

Tornavacas, Pepe con horca de hierro

Tornavacas, Pepe descargando ramos de sauce para sus cabras
Ha sido Pepe, sobre todo años atrás, una persona en general
huraña, producto seguramente de la soledad, del miedo y la
desconfianza al engaño y al hurto.
"Yo luché contra los moros en Sidi Ifni, y lo pasamos muy mal. Estuvimos un montón de soldados allí en combate. Eran muy malos los moros".
Quizás, son este tipo de experiencias las que te marcan para el resto de tu vida y te envían directamente una señal de desconfianza a tu cuerpo. No es de extrañar entonces su especial conducta y a veces su compleja forma de convivencia vecinal. Es entendible entonces que la propia soledad haga el resto y contribuya a acrecentar la situación. Sin ninguna duda, comprensible dadas esas circunstancias personales.
"Yo luché contra los moros en Sidi Ifni, y lo pasamos muy mal. Estuvimos un montón de soldados allí en combate. Eran muy malos los moros".
Quizás, son este tipo de experiencias las que te marcan para el resto de tu vida y te envían directamente una señal de desconfianza a tu cuerpo. No es de extrañar entonces su especial conducta y a veces su compleja forma de convivencia vecinal. Es entendible entonces que la propia soledad haga el resto y contribuya a acrecentar la situación. Sin ninguna duda, comprensible dadas esas circunstancias personales.

Tornavacas, carretilla de hierba en la puerta de Pepe

Tornavacas, gallinas de Pepe en la calle

Tornavacas, carretilla de leña en la puerta de Pepe

Tornavacas, Pepe trabajando en su huerta

Tornavacas, Pepe arrancando raíces del maíz

Tornavacas, Pepe con enseres de uso diario

Tornavacas, Pepe con hierba en su espalda

Tornavacas, Pepe con horcas de madera al
hombro

Tornavacas, Pepe con su maleta llena de
viandas

Tornavacas, Pepe con su mula mecánica
Ha sido Tornavacas un pueblo que hasta
hace unos treinta o cuarenta años seguía
practicando este modelo de vida y este
tipo de labores. La mecanización de las
labores en el campo y el acceso de
vehículos a través de las distintas pistas
forestales: las Navas, Reboldano, Beceas o
Llanafuentes, ha ido moldeando sin darnos
cuenta la forma de vida, y por ende, la
desaparición de estas costumbres. Pepe ha
sido y es, una de las pocas personas que
han seguido ejerciendo ese modelo de
autosuficiencia. Sembrar para poder comer
durante todo el año, tener animales en la
cuadra, para hacer matanza en el caso de
cochinos, gallinas con las que comer
huevos caseros o bien cabras destinadas
para leche, pieles y carne. Incluso hacer
queso y venderlo en los pueblos cercanos,
llevándolo en un cajón acoplado a su moto.
Quienes ya tienen cierta edad a buen
seguro lo recuerdan. Es tan completo el
ciclo en la vida actual de Pepe, que con
el estiércol de sus animales abona la
huerta en invierno, donde luego en
primavera siembra. Labra la tierra a mano
con una azada, pese a su avanzada edad y
el sobre esfuerzo que ello conlleva. La
hierba que arranca con sus desgastadas
manos, la recoge y la sube en una
carretilla hasta la cuadra para que se la
coman su pavo o sus gallinas, que con un alegre
cacareo se lo agradecen. Su gallo Perico
se pone contento en cuanto le oye llegar
con el condumio. La enigmática simbiosis
entre hombre y animal aquí encuentra su
punto más álgido. Tomates, calabacines,
berenjenas, pimientos y todo tipo de
hortalizas de lo más variopintas son
degustadas por todos sus animales en la
cuadra. Frutas como uvas, granadas, peras,
manzanas o melocotones también forman
parte del menú. Las mazorcas de maíz en su
huerta son custodiadas cada una de ellas
con una botella de plástico, para que las
aves no se las coman. Después en el otoño
cuando ya están hechas, las recoge y
desgrana para alimentar a su ganado. Como
una parte más del ciclo, viviendo al ritmo
de la naturaleza, de las estaciones. Así,
sin más.

Tornavacas, Pepe descansando en su
huerta

Tornavacas, Pepe descansando

Tornavacas, Pepe descansando en su
huerta

Tornavacas, Pepe haciendo
aguardiente

Tornavacas, Pepe sembrando en
su huerta

Tornavacas, Pepe recogiendo
judías

Tornavacas, Pepe
repartiendo estiércol

Tornavacas, Pepe
abonando la siembra

Tornavacas, Pepe y
Pedro charlando
"El año pasado cogí
tomates que pesaban
más de un Kilo;
algunos pesaban Kilo y
medio o más. ¡Qué
ricos estaban! ¡Qué
agua soltaban! Se los
echaba a las gallinas
y no veas cómo se los
comían. Así es que, he
recogido grana para
volverlos a sembrar.
Ya la tengo echada en
un criaero, a ver si
nacen".
Trabaja Pepe en su huerta como un verdadero arquitecto de la tierra, capaz de moldearla surco a surco con sus manos y cual lienzo apoyado en su caballete, convertirla después en una pieza de museo.
"Lo mismo me da echar el agua del caño para arriba que para abajo, se riega todo igual. No creas tú, que no tiene su aquel. Y mira si están bien hechos los surcos que no se me rebosan. Da igual para qué lado lo riegue que sube el agua a todos los surcos".
Trabaja Pepe en su huerta como un verdadero arquitecto de la tierra, capaz de moldearla surco a surco con sus manos y cual lienzo apoyado en su caballete, convertirla después en una pieza de museo.
"Lo mismo me da echar el agua del caño para arriba que para abajo, se riega todo igual. No creas tú, que no tiene su aquel. Y mira si están bien hechos los surcos que no se me rebosan. Da igual para qué lado lo riegue que sube el agua a todos los surcos".

Tornavacas, huerta
de Pepe sembrada

Tornavacas, huerta
de Pepe sembrada

Tornavacas,
huerta de Pepe
sembrada con
judías y otras
verduras

Tornavacas,
Pepe charlando
con vecinos

Tornavacas,
Pepe en su
huerta en
verano

Tornavacas,
Pepe
sembrando
en su
huerta

Tornavacas,
Pepe
surqueando
en su
huerta

Tornavacas,
Pepe
surqueando
en su
huerta

Tornavacas,
Pepe
surqueando
en
su
huerta

Tornavacas,
huerta
de
Pepe

Tornavacas,
huerta
de
Pepe
Por
increíble
que
parezca,
hasta
hace
unos
años
Pepe
era
capaz
de
criar
un
cochino
a
lo
largo
del
año,
alimentándole
de
todo
lo
que
da
el
campo
y
llegar
a
pesar
más
de
300
kilos.
Matarlo
en
el
invierno
y
guardar
toda
la
carne
en
su
despensa
o
en
un
congelador,
y
colgar
los
enormes
jamones
para
que
se
vayan
oreando.
Y
tener
ya
otro
guarrapín
preparándolo,
para
el
año
que
viene.
Un
modelo
de
subsistencia
basado
en
recoger y
guardar,
para
lo
que
pueda
venir.
Seguro
que
todo
ello
es
producto
de
una
infancia
difícil,
llena
de
escasez
y
miseria
la
que
pasó
toda
esa
generación
de
personas.
Momentos
terriblemente
inestables
y
difíciles
que
te
marcan
para
el
resto
de
tus
días.
Su
avanzada
edad
y
el
paso
de
los
años,
ya
no
le
permite
realizar
algunas
de
las
actividades
que
no
muchos
años
atrás
hacía
a
diario.
Salir
con
el
atajillo
de
cabras
por
la
calle
en
dirección
al
río,
armado
con
un
largo
calabozo,
era
una
bonita
estampa
por
la
calle
de
Tornavacas.
El
trozo
del
río
Jerte
por
donde
tanto
él,
como
otros
vecinos
pastoreaban
con
sus
cabras
estaba
limpio
de
sauces,
zarzas
y
maleza,
puesto
que
continuamente
ramoneaba
las
partes
más
altas
donde
las
cabras
no
alcanzaban.
Una
labor
esta,
importantísima
para
la
limpieza
y
cuidado
del
río,
a
su
paso
por
los
alrededores
del
pueblo,
evitando
así,
percances
en
las
fincas
y
prados
colindantes
cuando
venían
las
crecidas
del
otoño.
En
la
actualidad,
aunque
Pepe
sigue
teniendo
algunas
cabras
y
chivos,
los
tiene
estabulados.
Únicamente
salen
a
la
puerta
de
su
cuadra
a
degustar
los
ramos
de
sauce
que
Pepe
les
sigue
llevando
cada
día.
Esta
escena
sorprende
a
algunos
de
los
turistas
que
visitan
Tornavacas
y
quedan
prendados
con
que
aún
exista
ese
modelo
de
vida
en
un
país
como
España.
Con
total
naturalidad,
Pepe
les
explica
sus
costumbres
o
anécdotas
que
le
suceden
y
les
responde
cualquier
pregunta
que
le
hacen.
La
vida
en
la
ciudad,
y
más
aún
en
la
actualidad
en
muchas
ocasiones
es
totalmente
ajena
a
la
realidad
de
los
pueblos.
Bien
es
cierto
que
hasta
en
Tornavacas,
la
vida
y
costumbres
de
Pepe
ya
son
una
rareza,
pero
también
es
cierto
que
hasta
no
muchos
años
atrás
eran
muchas
las
personas
que
lo
practicaban.
Solo
hay
que
preguntar
a
los
más
mayores
del
pueblo
para
confirmarlo.
De
ahí
que
Pepe
sea
ya
el
último
ermitaño
de
Tornavacas
que
mantiene
vivas
esas
labores
y
esas
costumbres
intrínsecas
para la
vida
de
los
pueblos.
El
avance
en
el
modelo
de
sociedad
no
nos
permite
observar
cómo
van
desapareciendo
sin
apenas
darnos
cuenta
este
tipo
de
labores.
Algunas
de
ellas
son
o
han
sido
tan
comunes
que
nuestro
propio
cerebro
nos
engaña,
creyendo
que
aún
están
aquí,
que
se
siguen
practicando.
Sin
embargo,
la
realidad
nos
demuestra
que
ya
no
es
así.
En
cualquier
conversación
entre
vecinos,
salen
a
la
luz
vestigios
de
un
tiempo
no
muy
lejano,
pero
pasado.
Ahí,
es
donde
nos
sorprende
y
descoloca
nuestro
propio
recuerdo,
al
ver
cómo
nada
de
ese
tiempo
vivido
existe
ya.

Tornavacas,
cochinos
de
Pepe
en
su
cuadra

Tornavacas,
Pepe
con
su
cochino
en
la
cuadra

Tornavacas,
Pepe
con
sus
cabras

Tornavacas,
Pepe
de
careo
con
sus
cabras por la calle

Tornavacas,
Pepe
en
su
despensa

Tornavacas,
Pepe
con
su
gallo
Perico
La
cuesta
de
la
calleja
los
Escobones,
obliga
a
Pepe
a
parar
y
tomar
un
poco
de
aire.
Suena
un
carpío
y
comienza
una
charla
que
puede
durar
horas.
En
la
distendida
y
amena
conversación
aparecen:
compañeros
de
batallas
en
el
África,
el
mulo
blanco
que
tuvo,
una
zorra
que
cogió
en
un
lazo
en
la
huerta,
la
perra
Mori
que
tuvo
hace
años
y
que
cogía
muchos
conejos,
la
cabra
que
era
extraordinaria
para
dar
leche
y
hasta
una
tormenta
que
rajó
todas
las
cerezas.
Además
de
alguna
trifulca
al
tento
del
agua
para
regar.
Todos
esos
personajes,
sobrevuelan
la
charla
y
se
entremezclan
unos
con
otros
como
si
hubieran
sido
coetáneos
en
el
tiempo,
aunque
en
realidad
es
un
repaso
acelerado
de
las
muchas
anécdotas
y
experiencias
que
atesora
a
lo
largo
de
su
vida.
Las
arrugas
en
sus
manos
y
en
su
piel
no
se
corresponden
con
la
flexibilidad
de
su
memoria.
Conversar
con
Pepe,
tan
necesitado
de
ello,
y
por
otro
lado
tan
necesario
para
combatir
la
soledad,
te
transporta
en
el
tiempo
y
te
enseña
que
hubo
un
tiempo
así,
y
que
puede
volver
a
suceder,
además
de
que
todo
esto
es
parte
de
tus
propias
raíces.
Siempre
es
una
conversación
enormemente
productiva
y
fructífera.

Tornavacas,
troncos
de
leña
en
la
calle

Tornavacas,
Pepe
cargado
con
un
barreño
de
hierba

Tornavacas,
Pepe
cargando
leñas
en
su
mula
mecánica

Tornavacas,
Pepe
con
una
carretilla
de
hierba

Tornavacas,
Pepe
con
una
carretilla
de
tomates

Tornavacas,
Pepe
con
una
carretilla
de
hierba
Aunque
aún
nos
cueste
afrontarlo
y
asumirlo,
la
soledad
es
una
de
las
mayores
pandemias
que
nos
afectan
como
sociedad
en
el
siglo
XXI.
La
cada
vez
más
falta
de
convivencia
vecinal
unida
a
la
atrofia
que
padecemos
a
causa
de
la
tecnología,
nos
está
empujando
sin
ser
conscientes
de
ello,
a
la
soledad
más
absoluta.
Más
aún,
si
tu
situación
personal
transcurre
prácticamente
entre
el
campo
y
la
cuadra
como
le
sucede
a
Pepe,
la
cuestión
se
agrava.
De
ahí
que
una
pequeña
charla
fruto
del
encuentro
fortuito
en
la
calle
y
del
más
variopinto
asunto
o
tema
a
tratar,
se
convierta
en
una
reliquia
digna
de
ser
guardada
como
documento
de
la
forma
de
vida que
tuvieron
nuestros
vecinos
tornavaqueños
y
que
se
ha
ido
esfumando
con
el
paso
de
los
años,
sin
apenas
darnos
cuenta
de
su
pérdida,
ni
haber
hecho
casi
nada
por
documentarlo
o
preservarlo.
Un
patrimonio
inmaterial
tornavaqueño
que
con
la
despedida
de
cualquiera
de
nuestros
vecinos,
solo
quedará
en
el
recuerdo
de
quienes
lo
han
vivido.
Es
tan
interesante
la
vida
y
costumbres
de
Pepe,
que
de
cada
uno
de
sus
días
se
puede
hacer
una
enciclopedia
fotográfica.
Cuando
le
llegue
su
final
y
su
despedida,
y
ojalá
tarde
muchos
años,
y
escuchemos
cantar
el
gorigori,
nos
vendrán
a
la
luz
y
recordaremos
muchos
de
sus
anécdotas
y
comentarios
e
infinidad
de
conversaciones
y
leyendas
que
tuvo
la
amabilidad
de
contarnos.
Producto
todo
ello
de
una
vida
dura
y
difícil,
entregada
casi
en
tu
totalidad
a
su
campo
y
a
sus
animales,
a
quienes
tanto
quiere
y
con
quienes
tanto
conversa
a
diario.
Nos quedará
un
precioso
recuerdo
como
el
último
ermitaño
que
hubo
en
Tornavacas.
Una
persona
que
se
atreve
a
desafiar
al
presente
y
al
sistema
actual,
siguiendo
con
su
modelo
de
vida
autosuficiente,
sin
importarle
las
mentiras
que
salen
en
la
televisión,
pues,
no
tiene
tiempo
para
verla.
Al
menos,
así
no
es
engañado
a
diario
como
nos
pasa
al
resto.

Tornavacas,
Eleuterio
y
Pepe
en
su
huerta

Tornavacas,
leña de Pepe
en
la
calle

Tornavacas,
Pepe
charlando
con
vecinos

Tornavacas,
Pepe
subiendo
de
su
huerta
con
hortalizas

Tornavacas,
Pepe
cargado
con
un
barreño

Tornavacas,
Pepe
con
su
carretilla
de
hierba

Tornavacas,
Pepe
con
su
carretilla
de
hierba
descansando
Ahora
ya,
apenas
quedan animales
domésticos
en
el
pueblo.
De
hecho
ni
quedan
animales,
ni
quedan
ya
personas,
a
excepción
de
Pepe,
que
practiquen
esos
oficios
tan
aparentemente
lejanos
en
el
tiempo.
Está
claro
que
el
modelo
de
vida
ha
cambiado
y
avanza
en
otra
dirección
totalmente
opuesta.
Pepe
es
el
último
reducto
de
ese
modelo
y
de
esas
costumbres
tornavaqueñas.
Sirva
este
pequeño
relato
como
homenaje
a
su persona, a su
labor
y
su
tesón.
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