Tornavacas, Pepe con un chivo en brazos
Camino por la calle Real de Abajo de Tornavacas, en concreto por el barrio los
carburos y veo una escoba apoyada en una puerta. No es una escoba cualquiera,
es una escoba hecha a mano con ramas y arbustos del campo. La observo con
detenimiento, y la contemplo como lo que es, una verdadera reliquia de otro
tiempo, de muchos años atrás. La rapidez con la que caminamos en la
actualidad, muchas veces no nos permite disfrutar de lo bello, de lo auténtico
y genuinamente tornavaqueño. De ese otro modo de vida, anticuado ya, pero que
aún se practica y que apenas despierta un leve interés, pese a su valor, en el
resto de vecinos y transeúntes. La opulencia y comodidad actual nos ha
atrofiado el cerebro, nos ha difuminado el recuerdo y lo que es peor no nos
permite ver este patrimonio. Una forma de vida que Pepe aún sigue practicando,
aunque desentone un poco en el barrio, en el entorno y por supuesto en el
pueblo. La sociedad actual no está preparada ya para ese modelo de vida
autosuficiente y de subsistencia. Estamos en otra época, de eso no hay duda,
puesto que ahora la expresión economía circular se cuela en cualquier
conversación, enfocada aparentemente en la conservación del medio ambiente y
sobre todo en dar más de un uso a la enorme cantidad de productos que
utilizamos en nuestro día a día. Una era la nuestra, caracterizada por el
despilfarro de recursos naturales y generación de residuos a gran escala.
Tornavacas, Pepe atando ramas de sauce para sus cabras
Tornavacas, Pepe binando la siembra
Tornavacas, Pepe con hierba segada
>
Tornavacas, Pepe con hace de hierba al hombro
Tornavacas, Pepe con hace de sarmientos al hombro
Tornavacas, Pepe con hace de sarmientos al hombro
Tornavacas, Pepe con horca de hierro
Tornavacas, Pepe descargando ramos de sauce para sus cabras
Ha sido Pepe, sobre todo años atrás, una persona en general
huraña, producto seguramente de la soledad, del miedo y la
desconfianza al engaño y al hurto.
"Yo luché contra los moros en Sidi Ifni, y lo pasamos muy mal. Estuvimos un montón de soldados allí en combate. Eran muy malos los moros".
Quizás, son este tipo de experiencias las que te marcan para el resto de tu vida y te envían directamente una señal de desconfianza a tu cuerpo. No es de extrañar entonces su especial conducta y a veces su compleja forma de convivencia vecinal. Es entendible entonces que la propia soledad haga el resto y contribuya a acrecentar la situación. Sin ninguna duda, comprensible dadas esas circunstancias personales.
"Yo luché contra los moros en Sidi Ifni, y lo pasamos muy mal. Estuvimos un montón de soldados allí en combate. Eran muy malos los moros".
Quizás, son este tipo de experiencias las que te marcan para el resto de tu vida y te envían directamente una señal de desconfianza a tu cuerpo. No es de extrañar entonces su especial conducta y a veces su compleja forma de convivencia vecinal. Es entendible entonces que la propia soledad haga el resto y contribuya a acrecentar la situación. Sin ninguna duda, comprensible dadas esas circunstancias personales.
Tornavacas, carretilla de hierba en la puerta de Pepe
Tornavacas, gallinas de Pepe en la calle
Tornavacas, carretilla de leña en la puerta de Pepe
Tornavacas, Pepe trabajando en su huerta
Tornavacas, Pepe arrancando raíces del maíz
Tornavacas, Pepe con enseres de uso diario
Tornavacas, Pepe con hierba en su espalda
Tornavacas, Pepe con horcas de madera al
hombro
Tornavacas, Pepe con su maleta llena de
viandas
Tornavacas, Pepe con su mula mecánica
Ha sido Tornavacas un pueblo que hasta
hace unos treinta o cuarenta años seguía
practicando este modelo de vida y este
tipo de labores. La mecanización de las
labores en el campo y el acceso de
vehículos a través de las distintas pistas
forestales: las Navas, Reboldano, Beceas o
Llanafuentes, ha ido moldeando sin darnos
cuenta la forma de vida, y por ende, la
desaparición de estas costumbres. Pepe ha
sido y es, una de las pocas personas que
han seguido ejerciendo ese modelo de
autosuficiencia. Sembrar para poder comer
durante todo el año, tener animales en la
cuadra, para hacer matanza en el caso de
cochinos, gallinas con las que comer
huevos caseros o bien cabras destinadas
para leche, pieles y carne. Incluso hacer
queso y venderlo en los pueblos cercanos,
llevándolo en un cajón acoplado a su moto.
Quienes ya tienen cierta edad a buen
seguro lo recuerdan. Es tan completo el
ciclo en la vida actual de Pepe, que con
el estiércol de sus animales abona la
huerta en invierno, donde luego en
primavera siembra. Labra la tierra a mano
con una azada, pese a su avanzada edad y
el sobre esfuerzo que ello conlleva. La
hierba que arranca con sus desgastadas
manos, la recoge y la sube en una
carretilla hasta la cuadra para que se la
coman su pavo o sus gallinas, que con un alegre
cacareo se lo agradecen. Su gallo Perico
se pone contento en cuanto le oye llegar
con el condumio. La enigmática simbiosis
entre hombre y animal aquí encuentra su
punto más álgido. Tomates, calabacines,
berenjenas, pimientos y todo tipo de
hortalizas de lo más variopintas son
degustadas por todos sus animales en la
cuadra. Frutas como uvas, granadas, peras,
manzanas o melocotones también forman
parte del menú. Las mazorcas de maíz en su
huerta son custodiadas cada una de ellas
con una botella de plástico, para que las
aves no se las coman. Después en el otoño
cuando ya están hechas, las recoge y
desgrana para alimentar a su ganado. Como
una parte más del ciclo, viviendo al ritmo
de la naturaleza, de las estaciones. Así,
sin más.
Tornavacas, Pepe descansando en su
huerta
Tornavacas, Pepe descansando
Tornavacas, Pepe descansando en su
huerta
Tornavacas, Pepe haciendo
aguardiente
Tornavacas, Pepe sembrando en
su huerta
Tornavacas, Pepe recogiendo
judías
Tornavacas, Pepe
repartiendo estiércol
Tornavacas, Pepe
abonando la siembra
Tornavacas, Pepe y
Pedro charlando
"El año pasado cogí
tomates que pesaban
más de un Kilo;
algunos pesaban Kilo y
medio o más. ¡Qué
ricos estaban! ¡Qué
agua soltaban! Se los
echaba a las gallinas
y no veas cómo se los
comían. Así es que, he
recogido grana para
volverlos a sembrar.
Ya la tengo echada en
un criaero, a ver si
nacen".
Trabaja Pepe en su huerta como un verdadero arquitecto de la tierra, capaz de moldearla surco a surco con sus manos y cual lienzo apoyado en su caballete, convertirla después en una pieza de museo.
"Lo mismo me da echar el agua del caño para arriba que para abajo, se riega todo igual. No creas tú, que no tiene su aquel. Y mira si están bien hechos los surcos que no se me rebosan. Da igual para qué lado lo riegue que sube el agua a todos los surcos".
Trabaja Pepe en su huerta como un verdadero arquitecto de la tierra, capaz de moldearla surco a surco con sus manos y cual lienzo apoyado en su caballete, convertirla después en una pieza de museo.
"Lo mismo me da echar el agua del caño para arriba que para abajo, se riega todo igual. No creas tú, que no tiene su aquel. Y mira si están bien hechos los surcos que no se me rebosan. Da igual para qué lado lo riegue que sube el agua a todos los surcos".
Tornavacas, huerta
de Pepe sembrada
Tornavacas, huerta
de Pepe sembrada
Tornavacas,
huerta de Pepe
sembrada con
judías y otras
verduras
Tornavacas,
Pepe charlando
con vecinos
Tornavacas,
Pepe en su
huerta en
verano
Tornavacas,
Pepe
sembrando
en su
huerta
Tornavacas,
Pepe
surqueando
en su
huerta
Tornavacas,
Pepe
surqueando
en su
huerta
Tornavacas,
Pepe
surqueando
en
su
huerta
Tornavacas,
huerta
de
Pepe
Tornavacas,
huerta
de
Pepe
Por
increíble
que
parezca,
hasta
hace
unos
años
Pepe
era
capaz
de
criar
un
cochino
a
lo
largo
del
año,
alimentándole
de
todo
lo
que
da
el
campo
y
llegar
a
pesar
más
de
300
kilos.
Matarlo
en
el
invierno
y
guardar
toda
la
carne
en
su
despensa
o
en
un
congelador,
y
colgar
los
enormes
jamones
para
que
se
vayan
oreando.
Y
tener
ya
otro
guarrapín
preparándolo,
para
el
año
que
viene.
Un
modelo
de
subsistencia
basado
en
recoger y
guardar,
para
lo
que
pueda
venir.
Seguro
que
todo
ello
es
producto
de
una
infancia
difícil,
llena
de
escasez
y
miseria
la
que
pasó
toda
esa
generación
de
personas.
Momentos
terriblemente
inestables
y
difíciles
que
te
marcan
para
el
resto
de
tus
días.
Su
avanzada
edad
y
el
paso
de
los
años,
ya
no
le
permite
realizar
algunas
de
las
actividades
que
no
muchos
años
atrás
hacía
a
diario.
Salir
con
el
atajillo
de
cabras
por
la
calle
en
dirección
al
río,
armado
con
un
largo
calabozo,
era
una
bonita
estampa
por
la
calle
de
Tornavacas.
El
trozo
del
río
Jerte
por
donde
tanto
él,
como
otros
vecinos
pastoreaban
con
sus
cabras
estaba
limpio
de
sauces,
zarzas
y
maleza,
puesto
que
continuamente
ramoneaba
las
partes
más
altas
donde
las
cabras
no
alcanzaban.
Una
labor
esta,
importantísima
para
la
limpieza
y
cuidado
del
río,
a
su
paso
por
los
alrededores
del
pueblo,
evitando
así,
percances
en
las
fincas
y
prados
colindantes
cuando
venían
las
crecidas
del
otoño.
En
la
actualidad,
aunque
Pepe
sigue
teniendo
algunas
cabras
y
chivos,
los
tiene
estabulados.
Únicamente
salen
a
la
puerta
de
su
cuadra
a
degustar
los
ramos
de
sauce
que
Pepe
les
sigue
llevando
cada
día.
Esta
escena
sorprende
a
algunos
de
los
turistas
que
visitan
Tornavacas
y
quedan
prendados
con
que
aún
exista
ese
modelo
de
vida
en
un
país
como
España.
Con
total
naturalidad,
Pepe
les
explica
sus
costumbres
o
anécdotas
que
le
suceden
y
les
responde
cualquier
pregunta
que
le
hacen.
La
vida
en
la
ciudad,
y
más
aún
en
la
actualidad
en
muchas
ocasiones
es
totalmente
ajena
a
la
realidad
de
los
pueblos.
Bien
es
cierto
que
hasta
en
Tornavacas,
la
vida
y
costumbres
de
Pepe
ya
son
una
rareza,
pero
también
es
cierto
que
hasta
no
muchos
años
atrás
eran
muchas
las
personas
que
lo
practicaban.
Solo
hay
que
preguntar
a
los
más
mayores
del
pueblo
para
confirmarlo.
De
ahí
que
Pepe
sea
ya
el
último
ermitaño
de
Tornavacas
que
mantiene
vivas
esas
labores
y
esas
costumbres
intrínsecas
para
la
vida
de
los
pueblos.
El
avance
en
el
modelo
de
sociedad
no
nos
permite
observar
cómo
van
desapareciendo
sin
apenas
darnos
cuenta
este
tipo
de
labores.
Algunas
de
ellas
son
o
han
sido
tan
comunes
que
nuestro
propio
cerebro
nos
engaña,
creyendo
que
aún
están
aquí,
que
se
siguen
practicando.
Sin
embargo,
la
realidad
nos
demuestra
que
ya
no
es
así.
En
cualquier
conversación
entre
vecinos,
salen
a
la
luz
vestigios
de
un
tiempo
no
muy
lejano,
pero
pasado.
Ahí,
es
donde
nos
sorprende
y
descoloca
nuestro
propio
recuerdo,
al
ver
cómo
nada
de
ese
tiempo
vivido
existe
ya.
Tornavacas,
cochinos
de
Pepe
en
su
cuadra
Tornavacas,
Pepe
con
su
cochino
en
la
cuadra
Tornavacas,
Pepe
con
sus
cabras
Tornavacas,
Pepe
de
careo
con
sus
cabras por la calle
Tornavacas,
Pepe
en
su
despensa
Tornavacas,
Pepe
con
su
gallo
Perico
La
cuesta
de
la
calleja
los
Escobones,
obliga
a
Pepe
a
parar
y
tomar
un
poco
de
aire.
Suena
un
carpío
y
comienza
una
charla
que
puede
durar
horas.
En
la
distendida
y
amena
conversación
aparecen:
compañeros
de
batallas
en
el
África,
el
mulo
blanco
que
tuvo,
una
zorra
que
cogió
en
un
lazo
en
la
huerta,
la
perra
Mori
que
tuvo
hace
años
y
que
cogía
muchos
conejos,
la
cabra
que
era
extraordinaria
para
dar
leche
y
hasta
una
tormenta
que
rajó
todas
las
cerezas.
Además
de
alguna
trifulca
al
tento
del
agua
para
regar.
Todos
esos
personajes,
sobrevuelan
la
charla
y
se
entremezclan
unos
con
otros
como
si
hubieran
sido
coetáneos
en
el
tiempo,
aunque
en
realidad
es
un
repaso
acelerado
de
las
muchas
anécdotas
y
experiencias
que
atesora
a
lo
largo
de
su
vida.
Las
arrugas
en
sus
manos
y
en
su
piel
no
se
corresponden
con
la
flexibilidad
de
su
memoria.
Conversar
con
Pepe,
tan
necesitado
de
ello,
y
por
otro
lado
tan
necesario
para
combatir
la
soledad,
te
transporta
en
el
tiempo
y
te
enseña
que
hubo
un
tiempo
así,
y
que
puede
volver
a
suceder,
además
de
que
todo
esto
es
parte
de
tus
propias
raíces.
Siempre
es
una
conversación
enormemente
productiva
y
fructífera.
Tornavacas,
troncos
de
leña
en
la
calle
Tornavacas,
Pepe
cargado
con
un
barreño
de
hierba
Tornavacas,
Pepe
cargando
leñas
en
su
mula
mecánica
Tornavacas,
Pepe
con
una
carretilla
de
hierba
Tornavacas,
Pepe
con
una
carretilla
de
tomates
Tornavacas,
Pepe
con
una
carretilla
de
hierba
Aunque
aún
nos
cueste
afrontarlo
y
asumirlo,
la
soledad
es
una
de
las
mayores
pandemias
que
nos
afectan
como
sociedad
en
el
siglo
XXI.
La
cada
vez
más
falta
de
convivencia
vecinal
unida
a
la
atrofia
que
padecemos
a
causa
de
la
tecnología,
nos
está
empujando
sin
ser
conscientes
de
ello,
a
la
soledad
más
absoluta.
Más
aún,
si
tu
situación
personal
transcurre
prácticamente
entre
el
campo
y
la
cuadra
como
le
sucede
a
Pepe,
la
cuestión
se
agrava.
De
ahí
que
una
pequeña
charla
fruto
del
encuentro
fortuito
en
la
calle
y
del
más
variopinto
asunto
o
tema
a
tratar,
se
convierta
en
una
reliquia
digna
de
ser
guardada
como
documento
de
la
forma
de
vida que
tuvieron
nuestros
vecinos
tornavaqueños
y
que
se
ha
ido
esfumando
con
el
paso
de
los
años,
sin
apenas
darnos
cuenta
de
su
pérdida,
ni
haber
hecho
casi
nada
por
documentarlo
o
preservarlo.
Un
patrimonio
inmaterial
tornavaqueño
que
con
la
despedida
de
cualquiera
de
nuestros
vecinos,
solo
quedará
en
el
recuerdo
de
quienes
lo
han
vivido.
Es
tan
interesante
la
vida
y
costumbres
de
Pepe,
que
de
cada
uno
de
sus
días
se
puede
hacer
una
enciclopedia
fotográfica.
Cuando
le
llegue
su
final
y
su
despedida,
y
ojalá
tarde
muchos
años,
y
escuchemos
cantar
el
gorigori,
nos
vendrán
a
la
luz
y
recordaremos
muchos
de
sus
anécdotas
y
comentarios
e
infinidad
de
conversaciones
y
leyendas
que
tuvo
la
amabilidad
de
contarnos.
Producto
todo
ello
de
una
vida
dura
y
difícil,
entregada
casi
en
tu
totalidad
a
su
campo
y
a
sus
animales,
a
quienes
tanto
quiere
y
con
quienes
tanto
conversa
a
diario.
Nos quedará
un
precioso
recuerdo
como
el
último
ermitaño
que
hubo
en
Tornavacas.
Una
persona
que
se
atreve
a
desafiar
al
presente
y
al
sistema
actual,
siguiendo
con
su
modelo
de
vida
autosuficiente,
sin
importarle
las
mentiras
que
salen
en
la
televisión,
pues,
no
tiene
tiempo
para
verla.
Al
menos,
así
no
es
engañado
a
diario
como
nos
pasa
al
resto.
Tornavacas,
Eleuterio
y
Pepe
en
su
huerta
Tornavacas,
leña de Pepe
en
la
calle
Tornavacas,
Pepe
charlando
con
vecinos
Tornavacas,
Pepe
subiendo
de
su
huerta
con
hortalizas
Tornavacas,
Pepe
cargado
con
un
barreño
Tornavacas,
Pepe
con
su
carretilla
de
hierba
Tornavacas,
Pepe
con
su
carretilla
de
hierba
descansando
Ahora
ya,
apenas
quedan
animales
domésticos
en
el
pueblo.
De
hecho
ni
quedan
animales,
ni
quedan
ya
personas,
a
excepción
de
Pepe,
que
practiquen
esos
oficios
tan
aparentemente
lejanos
en
el
tiempo.
Está
claro
que
el
modelo
de
vida
ha
cambiado
y
avanza
en
otra
dirección
totalmente
opuesta.
Pepe
es
el
último
reducto
de
ese
modelo
y
de
esas
costumbres
tornavaqueñas.
Sirva
este
pequeño
relato
como
homenaje
a
su persona, a su
labor
y
su
tesón.