viernes, 4 de abril de 2025

La Caraba


Tornavacas, tronco de madera y poyo de piedra
Tornavacas, tronco de madera y poyo de piedra

¿Dónde vas?
Voy a echar la caraba con el Pedro allí al collao Roble Solo, ya he dado el careo a las cabras hacia los Collaones y ahí están bien, si alguna golosa como la Guapa, o la Gitana se desmanda de la piara, no te preocupes que la Cani es muy buena carea y enseguida la recoge. De todas maneras no estaremos mucho rato, viene oscuro del lado de la Vera, veremos a ver si no viene alguna fusquía. Además, hay dos que están a boca parir, y tengo que estar al cuidado que no se los coman los guarros o las zorras. Si no paren hoy, de esta noche no pasan.

Tornavacas, cabras veratas sesteando en la sierra
Tornavacas, cabras veratas sesteando en la sierra

Además de las interminables jornadas de trabajo, los cabreros en la sierra de Tornavacas, se permitían alguna actividad de ocio, como era echar la caraba con el resto de cabreros que pastaban en la misma finca o en las colindantes y cercanas. Esta forma de socializar les relajaba del quehacer diario y entre ellos se ponían al día de los distintos asuntos que sucedían, tanto a otros cabreros, como al resto de las gentes del pueblo. Aunque por entonces la sierra estaba llena de vaqueros, pastores y cabreros, pues había muchas cabezas de ganado que pastaban en la sierra de Tornavacas, y eso les permitía charlar unos con otros y socializar. Prácticamente todos los majales estaban ocupados, por lo que había muchas personas viviendo en la sierra por aquel entonces. La soledad de la montaña empujaba a los cabreros a echar una caraba con algún otro que pastaba en las dehesas cercanas o en otros majales de esa misma finca. Una vez dado el careo a la piara o cuando después de haber saciado el hambre las cabras se tumbaban o ya estaban tranquilas, los cabreros se juntaban para charlar un rato. Cruzar un cerro en un momento, atravesar un hoyo, o cruzar la linde no era sacrificio alguno comparado con la satisfacción de conversar e intercambiar opiniones con los demás cabreros. Esto demuestra lo importante que es para los humanos socializar, convivir y en definitiva tener relaciones personales. Una forma de convivencia esta, que ha desaparecido de nuestra sierra, puesto que ya no hay cabreros ni vaqueros que la puedan seguir practicando, con lo que la soledad de la montaña, también se ha quedado sola.


Tornavacas, cabrero de careo con sus cabras
Tornavacas, cabrero de careo con sus cabras


Tornavacas, cabrero y su hijo ordeñando las cabras
Tornavacas, cabrero y su hijo ordeñando las cabras


Tornavacas, pastor con sus ovejas
Tornavacas, pastor con sus ovejas


Tornavacas, cabrera al cuidado de sus cabras
Tornavacas, cabrera al cuidado de sus cabras


Algo tan simple y a la vez tan complicado está desapareciendo de forma acelerada en la sociedad. Dentro del actual contexto social, la hiperestimulación a la que estamos sometidos, producto de tantos dispositivos electrónicos está llevándonos a la soledad más absoluta. Sin ser conscientes de ello la sociedad es cada vez más individualista. Ahora charlamos a través del teléfono móvil, aunque estemos en el mismo lugar físico. Compartimos infinidad de información y desinformación continuamente sin reparar en que estamos abandonando el roce, la charla y la convivencia, eso tan importante que nos hace crecer como personas, el hecho de compartir conocimientos. Puede que aún no seamos conscientes de la repercusión de nuestra conducta. Está claro que estamos perdiendo valores como personas y como sociedad. Quizá debamos repensar el momento actual y reconducir nuestra forma de relacionarnos.

Tornavacas, vecinas sentadas charlando
Tornavacas, vecinas charlando en la calle Ancha


Tornavacas, vecinas sentadas charlando
Tornavacas, vecinas charlando en la calle Real de Arriba


Tornavacas, vecinas sentadas charlando
Tornavacas, vecinas charlando en las callejas


Tornavacas, vecinos sentados charlando
Tornavacas, vecinos charlando a la sombra de un cerezo


Las gentes del pueblo también practicaban y aún practican esta forma de socializar. Echar la caraba en la puerta con los vecinos ha representado una especial forma de convivencia. Salir al fresco sobre todo en verano y charlar sin descanso de los distintos asuntos del campo u otros temas, ha dado forma a este aspecto tan bonito de los humanos. Una silla de madera, el poyo de piedra de la puerta o un tronco de madera recalzado en la calle, representaban los elementos perfectos, para el mejor escenario de convivencia. Salir al fresco a la puerta a charlar con los vecinos o con cualquiera que pasara por la calle ofrecía armonía y aportaba alegría en la convivencia vecinal. Una ausencia por completo de elementos de distracción, ni siquiera de televisión, pues en muchas casas ni la había. ¡Qué distinta forma de pasar el tiempo, tenían nuestros ancestros! Cómo buscaba la gente la manera de entretenerse pasando el rato con vecinos y familiares. Los chiquillos a veces interrumpíamos la conversación, para pedir agua o cuando el balón se colaba entre las piernas de los mayores que estaban sentados. Gesto que incomodaba siempre al interlocutor de tan apasionante relato. Una vez superada la breve distracción infantil, proseguía el debate callejero. Esa conversación tan amena y distendida se interrumpía con el paso de algún transeúnte por la calle. Un breve silencio, saludo de rigor y vuelta a la caraba. Si el sujeto era forastero, la intriga invadía a los contertulios. Una serie de suposiciones se sucedían para averiguar la procedencia o el destino del susodicho. Parece de Castilla por los coloretes que tiene, decía alguien. Este anda a jornal con el tío Celestino, los vi el otro día con la bestia por el camino de la Nava. Creo que es de las Hurdes, y ha venido a ganarse el pan, por lo visto allí no hay jornales y la gente lo pasa muy mal. En breve cambiaba el tema central de la conversación, producto de algún fenómeno atmosférico, siendo este, un tema general en todas las conversaciones vecinales. Cuando se depende del cielo para ganarse el pan, hay que estudiar con profundidad los asuntos del clima, y nuestros mayores eran expertos en esa materia. Pronto llueve, esta mañana tiraba mucho la marea y era fría. Ese era el comienzo del nuevo asunto a tratar. Así, con sencillos temas de conversación, se esfumaba ese armonioso compás vecinal en cada uno de los barrios del pueblo.

Tornavacas, vecinos sentados charlando
Tornavacas, vecinos charlando en la Puentecilla


Tornavacas, vecinas charlando
Tornavacas, vecinas sentadas a la puerta


Tornavacas, vecinos charlando a la orilla del río
Tornavacas, vecinos charlando a la orilla del río


Tornavacas, vecinos sentados a la puerta y charlando
Tornavacas, vecinos sentados a la puerta y charlando


La costura también era un buen aliciente para sentarse a la puerta o juntarse para conversar. Las mujeres de entonces maestras en este arte, eran quienes hacían ganchillo, bordaban, zurcían algún calcetín o remendaban algún pantalón del campo que de tantos trozos que tenía cosidos ya no se sabía cuál era su color original. La cesta de la costura hecha con costanas de castaño adornaba la bonita estampa. Incluso las niñas tenían la suya propia y eran educadas en el arte de la costura por sus madres y vecinas. Este traspaso de conocimientos y sabiduría, labraba en silencio el futuro del alumnado. Tanto niñas cómo jóvenes aprendían esas labores inculcadas desde pequeñas por sus mayores más cercanos.

Tornavacas, mujer cosiendo en su puerta
Tornavacas, vecina cosiendo en su puerta


Tornavacas, niñas aprendiendo a coser
Tornavacas, niñas aprendiendo a coser


Tornavacas, chicas jóvenes cosiendo
Tornavacas, chicas jóvenes cosiendo


Tornavacas, vecina cosiendo en la calle
Tornavacas, vecina cosiendo en la calle


Tornavacas, vecinas cosiendo en la calle
Tornavacas, vecina cosiendo en la calle


Es posible que la pérdida de la generación de los valores, refiriéndome a los nacidos antes, durante, o justo después de la guerra civil española, pues prácticamente ya se han ido casi todos, se haya llevado este valioso patrimonio. Personas todas ellas curtidas en tiempos difíciles. Muy duros. Hecho este, que le hizo ser muchos más sociables y humanos que nosotros. Pese a las dificultades y penurias que sufrieron, tenían tiempo. Tiempo para los demás, para reír, para divertirse y convivir y sobre todo para compartir. Posiblemente nuestra generación sea la primera que tiene hipotecado su tiempo. Ahora, para poder realizar actividades de ocio, quedar con amigos o tener una charla distendida, tenemos que comprar el tiempo, pues no tenemos libertad para disponer de él. Esto fenómeno es posible que se estudie en unos años por filósofos, sociólogos y analistas. Es probable que haya que repensar el sistema actual establecido y cambiar de conducta, dado que no parece augurarnos un buen futuro como sociedad.


Tornavacas, vecinos charlando
Tornavacas, vecinos charlando en la calleja los Escobones


Tornavacas, vecinos charlando
Tornavacas, vecinos charlando en la calleja los Escobones


Tornavacas, vecinos charlando
Tornavacas, vecinos charlando en las callejas


Tornavacas, vecinos charlando
Tornavacas, vecinos charlando en la plaza de la Iglesia


Tornavacas, vecinos charlando
Tornavacas, vecinos charlando en la plaza de la Iglesia


Tornavacas, vecinos charlando
Tornavacas, vecinos charlando en la calle Real de Abajo


Tornavacas, vecinos charlando en el corralón
Tornavacas, vecinos charlando en el corralón


domingo, 17 de noviembre de 2024

El último ermitaño de Tornavacas



Tornavacas, Pepe con un chivo en brazos
Tornavacas, Pepe con un chivo en brazos


Camino por la calle Real de Abajo de Tornavacas, en concreto por el barrio los carburos y veo una escoba apoyada en una puerta. No es una escoba cualquiera, es una escoba hecha a mano con ramas y arbustos del campo. La observo con detenimiento, y la contemplo como lo que es, una verdadera reliquia de otro tiempo, de muchos años atrás. La rapidez con la que caminamos en la actualidad, muchas veces no nos permite disfrutar de lo bello, de lo auténtico y genuinamente tornavaqueño. De ese otro modo de vida, anticuado ya, pero que aún se practica y que apenas despierta un leve interés, pese a su valor, en el resto de vecinos y transeúntes. La opulencia y comodidad actual nos ha atrofiado el cerebro, nos ha difuminado el recuerdo y lo que es peor no nos permite ver este patrimonio. Una forma de vida que Pepe aún sigue practicando, aunque desentone un poco en el barrio, en el entorno y por supuesto en el pueblo. La sociedad actual no está preparada ya para ese modelo de vida autosuficiente y de subsistencia. Estamos en otra época, de eso no hay duda, puesto que ahora la expresión economía circular se cuela en cualquier conversación, enfocada aparentemente en la conservación del medio ambiente y sobre todo en dar más de un uso a la enorme cantidad de productos que utilizamos en nuestro día a día. Una era la nuestra, caracterizada por el despilfarro de recursos naturales y generación de residuos a gran escala.

Tornavacas, Pepe atando ramas de sauce
Tornavacas, Pepe atando ramas de sauce para sus cabras


Tornavacas, Pepe binando la siembra
Tornavacas, Pepe binando la siembra


Tornavacas, Pepe con hierba segada
Tornavacas, Pepe con hierba segada


>Tornavacas, Pepe con hace de hierba al hombro
Tornavacas, Pepe con haz de hierba al hombro


Tornavacas, Pepe con haz de sarmientos al hombro
Tornavacas, Pepe con haz de sarmientos al hombro


Tornavacas, Pepe con haz de sarmientos al hombro
Tornavacas, Pepe con haz de sarmientos al hombro


Tornavacas, Pepe con horca de hierro
Tornavacas, Pepe con horca de hierro


Tornavacas, Pepe descargando ramos de sauce
Tornavacas, Pepe descargando ramos de sauce para sus cabras


Ha sido Pepe, sobre todo años atrás, una persona en general huraña, producto seguramente de la soledad, del miedo y la desconfianza al engaño y al hurto.

"Yo luché contra los moros en Sidi Ifni, y lo pasamos muy mal. Estuvimos un montón de soldados allí en combate. Eran muy malos los moros".

Quizás, son este tipo de experiencias las que te marcan para el resto de tu vida y te envían directamente una señal de desconfianza a tu cuerpo. No es de extrañar entonces su especial conducta y a veces su compleja forma de convivencia vecinal. Es entendible entonces que la propia soledad haga el resto y contribuya a acrecentar la situación. Sin ninguna duda, comprensible dadas esas circunstancias personales.

Tornavacas, carretilla de hierba en la calle
Tornavacas, carretilla de hierba en la puerta de Pepe


Tornavacas, gallinas en la calle
Tornavacas, gallinas de Pepe en la calle


Tornavacas, carretilla de leña en la puerta de Pepe
Tornavacas, carretilla de leña en la puerta de Pepe


Tornavacas, Pepe trabajando en su huerta
Tornavacas, Pepe trabajando en su huerta


Tornavacas, Pepe arrancando raíces del maíz
Tornavacas, Pepe arrancando raíces del maíz


Tornavacas, Pepe con enseres
Tornavacas, Pepe con enseres de uso diario


Tornavacas, Pepe con hierba en su espalda
Tornavacas, Pepe con hierba en su espalda


Tornavacas, Pepe con horcas de madera al hombro
Tornavacas, Pepe con horcas de madera al hombro


Tornavacas, Pepe con su maleta llena de viandas
Tornavacas, Pepe con su maleta llena de viandas


Tornavacas, Pepe con su mula mecánica
Tornavacas, Pepe con su mula mecánica


Ha sido Tornavacas un pueblo que hasta hace unos treinta o cuarenta años seguía practicando este modelo de vida y este tipo de labores. La mecanización de las labores en el campo y el acceso de vehículos a través de las distintas pistas forestales: las Navas, Reboldano, Beceas o Llanafuentes, ha ido moldeando sin darnos cuenta la forma de vida, y por ende, la desaparición de estas costumbres. Pepe ha sido y es, una de las pocas personas que han seguido ejerciendo ese modelo de autosuficiencia. Sembrar para poder comer durante todo el año, tener animales en la cuadra, para hacer matanza en el caso de cochinos, gallinas con las que comer huevos caseros o bien cabras destinadas para leche, pieles y carne. Incluso hacer queso y venderlo en los pueblos cercanos, llevándolo en un cajón acoplado a su moto. Quienes ya tienen cierta edad a buen seguro lo recuerdan. Es tan completo el ciclo en la vida actual de Pepe, que con el estiércol de sus animales abona la huerta en invierno, donde luego en primavera siembra. Labra la tierra a mano con una azada, pese a su avanzada edad y el sobre esfuerzo que ello conlleva. La hierba que arranca con sus desgastadas manos, la recoge y la sube en una carretilla hasta la cuadra para que se la coman su pavo o sus gallinas, que con un alegre cacareo se lo agradecen. Su gallo Perico se pone contento en cuanto le oye llegar con el condumio. La enigmática simbiosis entre hombre y animal aquí encuentra su punto más álgido. Tomates, calabacines, berenjenas, pimientos y todo tipo de hortalizas de lo más variopintas son degustadas por todos sus animales en la cuadra. Frutas como uvas, granadas, peras, manzanas o melocotones también forman parte del menú. Las mazorcas de maíz en su huerta son custodiadas cada una de ellas con una botella de plástico, para que las aves no se las coman. Después en el otoño cuando ya están hechas, las recoge y desgrana para alimentar a su ganado. Como una parte más del ciclo, viviendo al ritmo de la naturaleza, de las estaciones. Así, sin más.

Tornavacas, Pepe descansando en su huerta
Tornavacas, Pepe descansando en su huerta


Tornavacas, Pepe descansando
Tornavacas, Pepe descansando


Tornavacas, Pepe descansando en su huerta
Tornavacas, Pepe descansando en su huerta


Tornavacas, Pepe haciendo aguardiente
Tornavacas, Pepe haciendo aguardiente


Tornavacas, Pepe sembrando en su huerta
Tornavacas, Pepe sembrando en su huerta


Tornavacas, Pepe recogiendo judías
Tornavacas, Pepe recogiendo judías


Tornavacas, Pepe repartiendo estiércol
Tornavacas, Pepe repartiendo estiércol


Tornavacas, Pepe abonando la siembra
Tornavacas, Pepe abonando la siembra


Tornavacas, Pepe y Pedro charlando
Tornavacas, Pepe y Pedro charlando


"El año pasado cogí tomates que pesaban más de un Kilo; algunos pesaban Kilo y medio o más. ¡Qué ricos estaban! ¡Qué agua soltaban! Se los echaba a las gallinas y no veas cómo se los comían. Así es que, he recogido grana para volverlos a sembrar. Ya la tengo echada en un criaero, a ver si nacen".

Trabaja Pepe en su huerta como un verdadero arquitecto de la tierra, capaz de moldearla surco a surco con sus manos y cual lienzo apoyado en su caballete, convertirla después en una pieza de museo.

"Lo mismo me da echar el agua del caño para arriba que para abajo, se riega todo igual. No creas tú, que no tiene su aquel. Y mira si están bien hechos los surcos que no se me rebosan. Da igual para qué lado lo riegue que sube el agua a todos los surcos".

Tornavacas, huerta de Pepe sembrada
Tornavacas, huerta de Pepe sembrada


Tornavacas, huerta de Pepe sembrada
Tornavacas, huerta de Pepe sembrada


Tornavacas, huerta de Pepe sembrada
Tornavacas, huerta de Pepe sembrada con judías y otras verduras


Tornavacas, Pepe charlando con vecinos
Tornavacas, Pepe charlando con vecinos


Tornavacas, Pepe en su huerta en verano
Tornavacas, Pepe en su huerta en verano


Tornavacas, Pepe sembrando en su huerta
Tornavacas, Pepe sembrando en su huerta


Tornavacas, Pepe surqueando en su huerta
Tornavacas, Pepe surqueando en su huerta


Tornavacas, Pepe surqueando en su huerta
Tornavacas, Pepe surqueando en su huerta


Tornavacas, Pepe surqueando en su huerta
Tornavacas, Pepe surqueando en su huerta


Tornavacas, huerta de Pepe
Tornavacas, huerta de Pepe


Tornavacas, huerta de Pepe
Tornavacas, huerta de Pepe


Por increíble que parezca, hasta hace unos años Pepe era capaz de criar un cochino a lo largo del año, alimentándole de todo lo que da el campo y llegar a pesar más de 300 kilos. Matarlo en el invierno y guardar toda la carne en su despensa o en un congelador, y colgar los enormes jamones para que se vayan oreando. Y tener ya otro guarrapín preparándolo, para el año que viene. Un modelo de subsistencia basado en recoger y guardar, para lo que pueda venir. Seguro que todo ello es producto de una infancia difícil, llena de escasez y miseria la que pasó toda esa generación de personas. Momentos terriblemente inestables y difíciles que te marcan para el resto de tus días. Su avanzada edad y el paso de los años, ya no le permite realizar algunas de las actividades que no muchos años atrás hacía a diario. Salir con el atajillo de cabras por la calle en dirección al río, armado con un largo calabozo, era una bonita estampa por la calle de Tornavacas. El trozo del río Jerte por donde tanto él, como otros vecinos pastoreaban con sus cabras estaba limpio de sauces, zarzas y maleza, puesto que continuamente ramoneaba las partes más altas donde las cabras no alcanzaban. Una labor esta, importantísima para la limpieza y cuidado del río, a su paso por los alrededores del pueblo, evitando así, percances en las fincas y prados colindantes cuando venían las crecidas del otoño. En la actualidad, aunque Pepe sigue teniendo algunas cabras y chivos, los tiene estabulados. Únicamente salen a la puerta de su cuadra a degustar los ramos de sauce que Pepe les sigue llevando cada día. Esta escena sorprende a algunos de los turistas que visitan Tornavacas y quedan prendados con que aún exista ese modelo de vida en un país como España. Con total naturalidad, Pepe les explica sus costumbres o anécdotas que le suceden y les responde cualquier pregunta que le hacen. La vida en la ciudad, y más aún en la actualidad en muchas ocasiones es totalmente ajena a la realidad de los pueblos. Bien es cierto que hasta en Tornavacas, la vida y costumbres de Pepe ya son una rareza, pero también es cierto que hasta no muchos años atrás eran muchas las personas que lo practicaban. Solo hay que preguntar a los más mayores del pueblo para confirmarlo. De ahí que Pepe sea ya el último ermitaño de Tornavacas que mantiene vivas esas labores y esas costumbres intrínsecas para la vida de los pueblos. El avance en el modelo de sociedad no nos permite observar cómo van desapareciendo sin apenas darnos cuenta este tipo de labores. Algunas de ellas son o han sido tan comunes que nuestro propio cerebro nos engaña, creyendo que aún están aquí, que se siguen practicando. Sin embargo, la realidad nos demuestra que ya no es así. En cualquier conversación entre vecinos, salen a la luz vestigios de un tiempo no muy lejano, pero pasado. Ahí, es donde nos sorprende y descoloca nuestro propio recuerdo, al ver cómo nada de ese tiempo vivido existe ya.

Tornavacas, cochinos de Pepe en su cuadra
Tornavacas, cochinos de Pepe en su cuadra


Tornavacas, Pepe con su cochino en la cuadra
Tornavacas, Pepe con su cochino en la cuadra


Tornavacas, Pepe con sus cabras
Tornavacas, Pepe con sus cabras


Tornavacas, Pepe de careo con sus cabras
Tornavacas, Pepe de careo con sus cabras por la calle


Tornavacas, Pepe en su despensa
Tornavacas, Pepe en su despensa


Tornavacas, Pepe con su gallo Perico
Tornavacas, Pepe con su gallo Perico

La cuesta de la calleja los Escobones, obliga a Pepe a parar y tomar un poco de aire. Suena un carpío y comienza una charla que puede durar horas. En la distendida y amena conversación aparecen: compañeros de batallas en el África, el mulo blanco que tuvo, una zorra que cogió en un lazo en la huerta, la perra Mori que tuvo hace años y que cogía muchos conejos, la cabra que era extraordinaria para dar leche y hasta una tormenta que rajó todas las cerezas. Además de alguna trifulca al tento del agua para regar. Todos esos personajes, sobrevuelan la charla y se entremezclan unos con otros como si hubieran sido coetáneos en el tiempo, aunque en realidad es un repaso acelerado de las muchas anécdotas y experiencias que atesora a lo largo de su vida. Las arrugas en sus manos y en su piel no se corresponden con la flexibilidad de su memoria. Conversar con Pepe, tan necesitado de ello, y por otro lado tan necesario para combatir la soledad, te transporta en el tiempo y te enseña que hubo un tiempo así, y que puede volver a suceder, además de que todo esto es parte de tus propias raíces. Siempre es una conversación enormemente productiva y fructífera.

Tornavacas, troncos de leña en la calle
Tornavacas, troncos de leña en la calle


Tornavacas, Pepe cargado con un barreño de hierba
Tornavacas, Pepe cargado con un barreño de hierba


Tornavacas, Pepe cargando leñas en su mula mecánica
Tornavacas, Pepe cargando leñas en su mula mecánica


Tornavacas, Pepe con una carretilla de hierba
Tornavacas, Pepe con una carretilla de hierba


Tornavacas, Pepe con una carretilla de tomates
Tornavacas, Pepe con una carretilla de tomates


Tornavacas, Pepe con una carretilla de hierba
Tornavacas, Pepe con una carretilla de hierba


Aunque aún nos cueste afrontarlo y asumirlo, la soledad es una de las mayores pandemias que nos afectan como sociedad en el siglo XXI. La cada vez más falta de convivencia vecinal unida a la atrofia que padecemos a causa de la tecnología, nos está empujando sin ser conscientes de ello, a la soledad más absoluta. Más aún, si tu situación personal transcurre prácticamente entre el campo y la cuadra como le sucede a Pepe, la cuestión se agrava. De ahí que una pequeña charla fruto del encuentro fortuito en la calle y del más variopinto asunto o tema a tratar, se convierta en una reliquia digna de ser guardada como documento de la forma de vida que tuvieron nuestros vecinos tornavaqueños y que se ha ido esfumando con el paso de los años, sin apenas darnos cuenta de su pérdida, ni haber hecho casi nada por documentarlo o preservarlo. Un patrimonio inmaterial tornavaqueño que con la despedida de cualquiera de nuestros vecinos, solo quedará en el recuerdo de quienes lo han vivido. Es tan interesante la vida y costumbres de Pepe, que de cada uno de sus días se puede hacer una enciclopedia fotográfica. Cuando le llegue su final y su despedida, y ojalá tarde muchos años, y escuchemos cantar el gorigori, nos vendrán a la luz y recordaremos muchos de sus anécdotas y comentarios e infinidad de conversaciones y leyendas que tuvo la amabilidad de contarnos. Producto todo ello de una vida dura y difícil, entregada casi en tu totalidad a su campo y a sus animales, a quienes tanto quiere y con quienes tanto conversa a diario. Nos quedará un precioso recuerdo como el último ermitaño que hubo en Tornavacas. Una persona que se atreve a desafiar al presente y al sistema actual, siguiendo con su modelo de vida autosuficiente, sin importarle las mentiras que salen en la televisión, pues, no tiene tiempo para verla. Al menos, así no es engañado a diario como nos pasa al resto.

Tornavacas, Eleuterio y Pepe en su huerta
Tornavacas, Eleuterio y Pepe en su huerta


Tornavacas, leña en la calle
Tornavacas, leña de Pepe en la calle


Tornavacas, Pepe charlando con vecinos
Tornavacas, Pepe charlando con vecinos


Tornavacas, Pepe subiendo de su huerta con hortalizas
Tornavacas, Pepe subiendo de su huerta con hortalizas


Tornavacas, Pepe cargado con un barreño
Tornavacas, Pepe cargado con un barreño


Tornavacas, Pepe con su carretilla de hierba
Tornavacas, Pepe con su carretilla de hierba


Tornavacas, Pepe descansando
Tornavacas, Pepe con su carretilla de hierba descansando


Ahora ya, apenas quedan animales domésticos en el pueblo. De hecho ni quedan animales, ni quedan ya personas, a excepción de Pepe, que practiquen esos oficios tan aparentemente lejanos en el tiempo. Está claro que el modelo de vida ha cambiado y avanza en otra dirección totalmente opuesta. Pepe es el último reducto de ese modelo y de esas costumbres tornavaqueñas. Sirva este pequeño relato como homenaje a su persona, a su labor y su tesón.