“Hay tres días en el año que relucen más que el sol, la matanza, la vendimia y el día del estrujón”.
Tornavacas, parra con uva en otoño
Tornavacas, envasando aguardiente recién hecho
Tornavacas, en la bodega haciendo la pitarra
El frescor nocturno junto con el cambio en el mobiliario y enseres en la calle de Real de Tornavacas indicaba la llegada de otra época. Se atalantaba la bodega apartando trastos viejos y quitando alguna telaraña, y los cubetos y camellones ensebados en los patios o en la propia bodega, ocupaban días después los rincones de la calle. El entretenimiento durante la noche estaba asegurado para los niños. Recorrer la calle quitando los tapones de corcho de los muchos cubetos que había a lo largo de la misma, era tarea casi obligatoria.
Tornavacas, cubeto en la calle lleno de agua
Tornavacas, camellón y banastas en la calle
¡Veisos de aquí demás a hacer mal y daños a otro sitio!
Espetaba alguno de los muchos vecinos de Tornavacas que tenían preparados todos los aperos para vendimiar durante la toñá. Y al que una vez vaciado su cubeto le tocaba volver a rellenarlo de agua, con el objetivo de hinchar la madera y que no rezumase cuando estuviera lleno de caldo cociendo y fermentando.
¿Qué te crees Eloy, que has llenado alguna barriga?
Preguntaba Silvi “el Rampío” al descubrir la zalabardá y ver que ya le habíamos vaciado el cubeto en su propia puerta y con él mismo como vigilante detrás del portón. La carrera desde la puentecilla hasta la calleja del tinte estaba asegurada y el miedo era latente por la silueta de Silvi que nos perseguía por detrás. Al día siguiente o varios días después, tocaba ir a su casa a comprarle los riquísimos abridores que cosechaba, vendía y quileaba en la romana de plato, eso sí, siempre con la puerta del patio abierta y con los ojos sobre él, por si tomaba represalias. ¡Qué angustia era ir a ese recado!
Espetaba alguno de los muchos vecinos de Tornavacas que tenían preparados todos los aperos para vendimiar durante la toñá. Y al que una vez vaciado su cubeto le tocaba volver a rellenarlo de agua, con el objetivo de hinchar la madera y que no rezumase cuando estuviera lleno de caldo cociendo y fermentando.
¿Qué te crees Eloy, que has llenado alguna barriga?
Preguntaba Silvi “el Rampío” al descubrir la zalabardá y ver que ya le habíamos vaciado el cubeto en su propia puerta y con él mismo como vigilante detrás del portón. La carrera desde la puentecilla hasta la calleja del tinte estaba asegurada y el miedo era latente por la silueta de Silvi que nos perseguía por detrás. Al día siguiente o varios días después, tocaba ir a su casa a comprarle los riquísimos abridores que cosechaba, vendía y quileaba en la romana de plato, eso sí, siempre con la puerta del patio abierta y con los ojos sobre él, por si tomaba represalias. ¡Qué angustia era ir a ese recado!
Tornavacas, bodega típica con aperos de la vendimia
Tornavacas, tinajas y cubetos en la bodega
Tornavacas, canalización hacia la calle desde la bodega para expulsar los sobrantes de vino en el caso de que rebosaran las cubas o las tinajas
Mientras tanto las tardes se acortaban al compás que las noches iban creciendo. Las herraduras de las caballerías resonaban en la calle y las banastas se retorcían por el peso de la uva en los lomos de las bestias. Tremendo descanso para el animal que cedía el testigo a los valientes tornavaqueños que cargaban en sus hombros las banastas desde el caballo hasta algún rincón del patio que ya olía a mosto por las uvas estripadas durante el transporte. Así iba transcurriendo el otoño sin más entretenimiento que el amor de la lumbre, esa que tanta compañía daba en la velá.
Aunque la belleza del otoño en Tornavacas sigue siendo deslumbrante, esa otra belleza, la de los oficios perdidos ha desaparecido de la estampa del pueblo. El oficio de pisar la uva en el camellón, hacer la pitarra en las enormes cubas de hasta 200 cántaros, limpiar las tinajas de barro y estar al cuidado para que no rebosaran y hacer después el aguardiente, va quedando en el recuerdo.
“Antiguamente hasta que no pasaba la feria de octubre, no se empezaba a vendimiar en el pueblo, y nos tirábamos más de un mes vendimiando y pisando la uva en casa de la tía Marciana”.
Aunque la belleza del otoño en Tornavacas sigue siendo deslumbrante, esa otra belleza, la de los oficios perdidos ha desaparecido de la estampa del pueblo. El oficio de pisar la uva en el camellón, hacer la pitarra en las enormes cubas de hasta 200 cántaros, limpiar las tinajas de barro y estar al cuidado para que no rebosaran y hacer después el aguardiente, va quedando en el recuerdo.
“Antiguamente hasta que no pasaba la feria de octubre, no se empezaba a vendimiar en el pueblo, y nos tirábamos más de un mes vendimiando y pisando la uva en casa de la tía Marciana”.
Tornavacas, pisando uva en el camellón
Tornavacas, preparando el alambique
El cambio generacional unido a la modernización en la sociedad arrastra al olvido parte de esa cultura de pueblo. Esto junto al abandono y deterioro de todos esos utensilios asociados a la vendimia y al otoño está provocando una irreparable pérdida patrimonial en Tornavacas. Las viejas bodegas poco a poco van desapareciendo y con ellas todo tipo de enseres, que directamente se queman, se venden o se pudren en la humedad de la bodega apoyados en los poínos y viviendo en una silenciosa y continua penumbra. Enseres que deberían cuidarse, restaurarse y documentarse en alguna casa museo.
La casa del tinte hubiera sido un extraordinario museo etnográfico tornavaqueño, en el que se pudiera mostrar si no todo, al menos una parte de nuestras tradiciones, cultura y oficios más recientes. Antes de que desaparezcan por completo. Las bodegas sotorrizas que aún quedan en Tornavacas, sin duda un auténtico tesoro, igualmente deberían conservarse y restaurarse como parte de ese legado y de ese patrimonio tornavaqueño antes de que se pierdan para siempre.
Tornavacas, saliendo de la bodega sotorriza
Tornavacas, tinajas en la bodega sotorriza
Tornavacas, entrada a la bodega sotorriza
En la sociedad actual sin tiempo para nada, vamos viendo cómo lentamente sin darnos cuenta desaparecen vestigios de ese otro tiempo. Pasado no tan lejano y enormemente rico. Acervo cultural y tradicional que forma parte de las raíces de un pueblo. Si no ponemos remedio a esto, estamos condenados al olvido. A no saber en pocos años qué hacían nuestros ancestros tornavaqueños, a qué se dedicaban, o por qué tenían ese diseño algunas
casas del pueblo.
Tornavacas, cubetos y camellón en la bodega
Tornavacas, prensa y enseres en la bodega
Aún hay tiempo de revertir la situación. Es cuestión de voluntad, actitud y sobre todo mirar por el bien común de Tornavacas, en este y en todos sus aspectos. La propuesta de construir un museo etnográfico en Tornavacas, en alguna de las casas más típicas que aún quedan en el pueblo se puede valorar por parte del ayuntamiento, asociaciones y de todos y cada uno de los tornavaqueños. Sin duda, sería una extraordinaria noticia para Tornavacas.
Tornavacas, haciendo aguardiente
Tornavacas, alambique en el fuego
Tornavacas, prensa en la bodega
Tornavacas, tinaja de barro para el vino
7 comentarios:
🤗
Muchas gracias por visitar mi blog
Muy buen reportaje. Es bueno que no se olviden estos recuerdos.
Es importante documentar en la medida de lo posible, todos los recuerdos vividos, para que generaciones posteriores puedan conocer parte de la historia reciente de Tornavacas. Muchas gracias por tu comentario y por visitar mi blog.
Muy bueno
Buena idea lo del museo etnográfico. Pilar Lucas
Hace años que lo he ido proponiendo a las distintas autoridades locales y también a través de la asociación por la convivencia. Esperemos que cuaje la idea del museo etnográfico en Tornavacas y podamos verlo hecho realidad. Muchas gracias Pilar por tu comentario y por visitar mi blog.
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