Gracias a los testimonios y relatos de nuestros antecesores tornavaqueños, hemos podido conocer una parte de la historia reciente de Tornavacas. Por su parte los historiadores y otras personas amantes del pueblo, de su cultura y sus tradiciones, han ido recopilando información y reflejándola en distintos documentos. Esto nos sirve para poder apreciar los cambios que se han ido produciendo a lo largo del último siglo en el modelo económico, social, cultural y en su forma de vida. La ganadería era buena parte de la economía local, no es de extrañar que hubiera tantos sitios de pasto dedicados a alimentar las numerosas cabezas de ganado: equino, vacuno, ovino y caprino que había en Tornavacas. Compaginando con la ganadería, pues en esa época eran inseparables también estaba y está, la agricultura. El otro pilar de la economía local tornavaqueña en aquella época.
Tornavacas llano Montero y Castifrío
Tornavacas antiguos castañares en Becedas
La castaña era un bien muy preciado que servía de alimento tanto a personas, como al propio ganado. No en vano, era el alimento base hasta la llegada de la patata procedente de América. Los innumerables castañares que poblaban Tornavacas, servían de sustento económico y proporcionaban ingresos, pues se vendían muchos kilos de castañas. En un periodo como el otoño en el que debido a las inclemencias del tiempo, no sería fácil poderse ganar el sustento diario, para alimentar a las extensas familias que vivían en Tornavacas. Los propietarios de los castañares a través de jornales empleaban a grupos de personas que se encargaban de recoger las castañas. Normalmente se daban dos o tres vueltas a los castañares, para recoger las castañas, pues no caen todas a la vez, dependía de como viniera la toñá. Una vez terminada la última vuelta, los dueños del castañar permitían a la gente de Tornavacas ir a rebusco. Esto consistía en recorrer el castañar con un palo apartando los erizos y hojas en el suelo y recoger las castañas que hubieran quedado ocultas entre el hojato y no habían sido recogidas anteriormente, bien porque habían caído al suelo después de la última batida, o porque quedaron escondidas entre la hoja sin ser vistas. Esto permitía a quienes iban a rebusco, tener algunas castañas para asar en la velá y poder disfrutar de los codiciados calbotes.
Tornavacas antiguos castañares encima del pueblo, año 1971
Tornavacas castañas entre la hoja y los erizos
Tornavacas recogiendo castañas en otoño
Ofrecían los castaños una estampa paisajística propia de un paraíso natural como es Tornavacas. Algunos de los monumentales troncos de los centenarios castaños que aún resisten lo refrendan, y las pocas fotografías más antiguas que hay del paisaje tornavaqueño, así lo atestiguan. La llegada de distintas epidemias: la tinta, el chancro o la avispilla, entre otras, ha hecho desaparecer casi por completo al castaño de Tornavacas. Sin duda, una verdadera tragedia. El monocultivo del cerezo, quizá otra epidemia más, aunque no seamos conscientes de ello, también ha desplazado a los castañares autóctonos que había en Tornavacas, y por ende en una buena parte del Valle del Jerte. Esto probablemente se deba reflexionar de cara al futuro más próximo, para no tener que depender de una sola fuente de ingresos y estar preparados ante una más que posible debacle de la cereza.
Tornavacas castaños en otoño
Tornavacas castaños en invierno
Tornavacas antiguo castaño desaparecido
Tornavacas paisaje con prados, cerezos y la sierra con nieve.
Contiguos e inseparables a los extensos castañares estaban los prados destinados a proveer de alimento a las numerosas cabezas de ganado que había en Tornavacas. Por entonces en todas las casas había alguna res, destinada a proveer de leche, carne o calor desde la cuadra a los tornavaqueños que vivían justo encima de donde se encontraba el ganado. Los prados, además de producir hierba en abundancia que se segaba, se recogía una vez seca y se guardaba en el payo, proporcionaban una rica despensa de agua. Cuando se les regaba con el caño una vez saciados, expulsaban el agua restante, haciendo rebrotar la vida a su alrededor y manteniendo fresca la tierra. Las teleras y pesebres de las cuadras lo notaban, pues ante la abundancia de heno siempre estaban llenas, y el ganado lo agradecía en los duros inviernos del siglo pasado. Ni que decir tiene la variedad de flores que brotan en los prados y atraen a multitud de insectos, los cuales realizan esa labor polinizadora fundamental para todo el ecosistema.
Tornavacas burros pastando en el prado
Tornavacas diente de león en el prado
Tornavacas prados, camino y caseta
Tornavacas prado de montaña
El duro trabajo de la siega era común por entonces. Los coritos como se conoce a los segadores, sufrían en su piel la costosa labor de trabajar todo el día con la guadaña. Por ello esos jornales estaban mejor pagados que el resto de las labores del campo. Los dueños de los prados compensaban en parte el enorme esfuerzo de la siega dándoles todos los días el vino que se bebían en su jornada de trabajo. Normalmente la ración de vino era la bota que tenía cada corito. Al terminar la jornada y volver a casa, mientras el corito picaba la guadaña, el más pequeño de la familia era quien se encargaba de ir a la casa del dueño del prado, para que le rellenasen con vino de pitarra la bota cada tarde y así, poder tener condumio el corito, para la peonada del día siguiente. Era muy común beber vino entre este gremio, así lo atestiguan algunos cantares:
“Madre mía los coritos,
Dicen que no beben vino,
Con el vino que ellos beben,
Puede moler un molino”.
Tornavacas corito segando en el prado
Tornavacas cachapo con piedra de afilar
Tornavacas corito segando en el prado
Tornavacas corito segando la hierba
Tornavacas corito segando y maraños de hierba
Tornavacas corito afilando la guadaña
Se conocían a la perfección las peonadas de siega que tenía cada prado y lo abundante y pesada que estaba la hierba en función de cómo viniera el año. De hecho había cuadrillas de coritos en Tornavacas que se dedicaban a segar durante toda la temporada que duraba la siega. Comenzando en la comarca de la Vera en Arroyomolinos, Aldeanueva de la vera, Gargüera y otros pueblos veratos y terminando en Castilla o en los prados más altos de Tornavacas:
Prado la Vegatilla, prado Jinjar, Llanacaozo, prado Manolo, prado las Piedras, los Barrerones, las Mozas, prado Grande, la Quemá, maja Lengua, Navarredonda, prado Gamonal, Llano montero, Matahambres, el Gallego, prado la Casa, la Víbora, Pio Burro, Chafarrallas, las Casillas, prado la Lancha, el Mágico, prado el Reventón, la Vaquera, las Longueras, los Cándidos, prado Redondo, fuente el Judío, prado el Arroyo, la Cesárea, prado el Losete, prado Barquillo, Manu Cuesta, prado Palomo, Llano Mínguez, el Herraero, prado Loreto, prado Cimero, etc. Estos son solo algunos de los prados que había en Tornavacas y eran de los más tardíos, por estar situados ya en la alta montaña extremeña.
Tornavacas caño de agua para riego
Tornavacas prado y castaños
Tornavacas limpiando sangrías en el prado
Tornavacas prado en las Longueras y casas para el ganado
Tornavacas antiguo prado en la Hoyuela y casa de ganado
Una vez segada la hierba se volteaba una y otra vez con el rastro y la horca, intentando evaporar la humedad y aprovechando el epicentro del día cuando más calienta el sol. Eso sí, con la vista puesta en el cielo, pues siempre amenazaba tormenta.
“Vamos al prado del romo a rodear el heno que ya vienen nublados del lado de la Vera, y esas tormentas son muy malas. Por San Pedro siempre son muy devotas. Y mira el prado del Colás en el carpintero, que casi todos los años se le moja al pobre hombre. Parece que en cuanto le siega, llueve”.
En cuanto la hierba estaba seca se recogía en haces de heno. También había cuadrillas de tornavaqueños que se dedicaban a recoger el heno de los prados. Los haces se transportaban a hombros de los duros y recios tornavaqueños, desde distancias bien lejanas al pueblo. Los caminos eran estrechos y tenían algunos descansaderos donde tomar un poco de aire, o apartarse si venía otra persona con la carga a cuestas. Es digno de mención y reseñable el hecho de que algunos de estos haces llegaran a pesar hasta diez u once arrobas(Peso equivalente a 11,502 kg). Así lo marcaban las romanas instaladas en los portales de la calle Real de Tornavacas, en donde se pesaban los haces de heno. No está mal, si se tiene en cuenta la distancia desde donde estaban situados algunos prados hasta el pueblo, los caminos por donde transitaban y la ausencia por completo de maquinaria, ya que eran trabajos totalmente artesanales. El vino igualmente, era un buen complemento y ayudaba en la dura labor de la recogida y transporte del heno. En algunos de los prados que tenían casas grandes para el heno, este se recogía en “garipolos”. A un caballo se le ponía el collerón y con dos sogas atadas a él, se hacía un montón de heno encima de las sogas, una vez que ya tenía bastante volumen, se ataba el garipolo y se arrastraba hasta la casa en donde se apretaba hasta llenar el payo de heno.
Tornavacas casa con heno y escalera
Tornavacas haces de heno
Tornavacas maraños de hierba en el prado segado
Tornavacas rodeando el heno en el prado
Tornavacas cuadra con telera y pesebre
Tornavacas payo con aperos y heno
Si no había suficiente espacio en el payo de la casa del pueblo, o no había casa en el prado en donde guardarlo, el heno se recogía en un almiar en el propio prado en un sitio habilitado al efecto: la almialera. Normalmente siempre estaba situada la almialera entre piedras y a un nivel superior al del prado. El motivo era que no alcanzasen a comer el heno los animales que después pastasen el prado y que no le alcanzase la humedad del suelo cuando se tapase de nuevo el caño del agua para regar o el agua de lluvia que corriera por el suelo. En el centro de la almialera como mástil de bandera, estaba el palo, normalmente de roble o si no de castaño, pues entonces abundaban y servía de soporte para la construcción del almiar de heno. En el suelo se ponían abundantes ramas, para que ahuecasen el heno y no tocase el suelo. Encima de las ramas se iban echando brazados de heno entrelazados alrededor del palo, para que al ir subiendo el montón, no se desmoronase el almiar. Una persona era la encargada de ir montando el almiar, mientras el resto iban llevando brazados de heno, hasta quedar totalmente recogido el prado. Después en función de las inclemencias del tiempo, se iba llevando poco a poco el heno del almiar, para alimentar al ganado en las cuadras. Curioso sistema de almacenamiento en el campo, sin ningún tipo de cobertura y a la intemperie, que pese a la gran cantidad de lluvia que cae en Tornavacas, lograba mantener el heno en bastante buena calidad para el ganado. Si las lluvias eran muy intensas, el agua penetraba en el almiar, y estropeaba algo del heno acumulado. Aunque eran años de escasez y no se desperdiciaba nada.
Tornavacas almialera antigua en prado
Tornavacas almiar en prado
Tornavacas recogida de heno desde el almiar
Tornavacas recogida de hierba seca
Tornavacas recogida de heno al payo
Tornavacas cuadrilla recogiendo heno en el prado
Tornavacas transportando hierba fresca al payo
Tornavacas recogida de heno
Hoy todo esto ya no existe, y si queda algo es muy residual. Lo que en tiempos no muy lejanos fueron prados y castaños, pues casi siempre estaban contiguos, se han convertido casi en su totalidad en extensiones de cerezos. En la actualidad quedan algunos prados aislados que se siguen utilizando para el ganado. Evidentemente la costosa labor de siega y recogida del heno ya no es como antaño, pero al menos se sigue manteniendo algo de ese patrimonio. Continúan a su vez los prados aportando al paisaje esa estampa tan típica y característica que nunca debió desaparecer, al menos de manera tan drástica, en un pueblo con una ascendencia ganadera tan importante, como es Tornavacas.
Tornavacas castaños cortados
Troncos de castaño sujetando el terreno
Tornavacas tronco de castaño antiguo
Tornavacas castaño muerto en invierno
Tornavacas prado de montaña y castaño
Tornavacas bancales de cerezos y prado
Tornavacas ovejas en el antiguo prado Redondo
Tornavacas antiguo prado grande de Pioburro
Los castaños por su parte han tenido incluso peor suerte. Lo que debió ser hace tiempo un monte de castaños regoldos, conocido hoy como el regoldano, es una fértil ladera tapizada de cerezos. Apenas quedan unos pocos castañares en Tornavacas, que sienten el aliento de la motosierra en sus troncos. Gracias a los ratones y arrendajos sobre todo, y otros animales que esconden sus frutos en el monte entre el hojato, germinan y crecen algunos castaños regoldos. Nuestra corta vida, no nos permitirá volver a ver castaños centenarios, puesto que en el caso que alguno de estos que aún sobreviven lleguen algún día a cumplir un siglo, nosotros ya no estaremos aquí para disfrutarlos.
Tornavacas castaño centenario aún con vida
Tornavacas castaño centenario
Tornavacas tronco muerto de castaño centenario
Tornavacas castaño centenario
Tornavacas esqueleto de castaño quemado
Tornavacas piel del tronco de castaño centenario
Tornavacas antiguo tronco de castaño centenario
Tornavacas tronco de castaño cortado
Tornavacas porte de castaño centenario
Tornavacas piel de castaño centenario
Es correcto pensar que la vida son ciclos. Ahora en el siglo XXI la economía de nuestro pueblo se fundamenta casi en su totalidad en el cultivo del cerezo. Tenemos la suerte de que la tierra en Tornavacas y a su vez en el Valle del Jerte es muy fértil y propicia para su cultivo. Las numerosas familias dedicadas en cuerpo y alma a su recolección, obtienen rendimientos económicos que les permiten seguir viviendo y manteniendo la población en esta zona rural. Sin duda, algo muy meritorio en este cambio de época que estamos viviendo. Quizá el mayor inconveniente venga de jugárselo todo a la misma carta, los cerezos, y que por causas diversas un día dejen de ser rentables para las familias que habitan en el Valle del Jerte. El tiempo nos mostrará nuestro acierto o error. Puede que lo que hoy son cerezos en abundancia y exceso, algún día vuelvan a ser prados para el ganado y montes de castaños. Quizá tampoco lo conozcamos, es muy probable que no. Ahora mismo la economía está basada en su cultivo, y depende casi exclusivamente de él. Esperemos que al menos los últimos prados que aún resisten y los pocos castaños que quedan, puedan mantenerse en el tiempo y seguir alimentando nuestra vida y también nuestro recuerdo.
Tornavacas Peña Negra enmarcado
Tornavacas ventana en tronco de castaño
Tornavacas y prado de montaña en la matilla
Tornavacas en otoño castaños, robles y cerezos
Tornavacas prado la Capellanía y Castifrío nevado
Tornavacas cerezos y prado la Casa en otoño
Tornavacas antiguos castañar y prado el Losete
Tornavacas prados en Llanacaozo entre cerezos y Peña Negra
Tornavacas y antiguo prado en Chafarrallas
Tornavacas el prado Grande entre robles
4 comentarios:
Muy buen trabajo y bien documentado.
Me alegro que te guste. Es importante dejar evidencias por escrito lo más ajustadas a la realidad posible, para que las generaciones posteriores puedan seguir estudiando y recopilando datos en la extensa historia de Tornavacas, y en la forma de vida que tenían los tornavaqueños.
Muchas gracias por tu comentario.
Buen relato y muy bien descrito tal y como era antes , sigue regalándonos estos relatos me encanta recordar tiempos de antes y aún así con pena que se vaya perdiendo todo
Es cuestión de entender que no es correcto jugárselo todo a una sola carta. Antes había distintas fuentes de ingresos y alternativas en caso de que vinieran lluvias o temporales que destrozaran la cosecha. Muchas gracias por tu comentario.
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