Todos los días se acudía al sestil, aunque fuera en la montaña, el calor no perdonaba y el ganado lo sentía. A la sombra de un aliso en el fresco de un arroyo, o en el asiento de un collao en el “mosquil” de los robles, se tumbaba la piara y casi enmudecía, no se movía nada, apenas la brisa serrana que más que refrescar, calentaba.
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Cabra verata sesteando, Tornavacas |
Pero ya no existe todo esto y sin embargo el sestil sigue existiendo, ha cambiado la forma de la vida y el letargo… perdura.
Me acosté en el sestil y quedé profundamente dormido, comencé a soñar, casi todo era bonito, pero fue una siesta larga, y no reparé en el tiempo. Al volver a la rutina ya no era lo mismo. Observé cómo había pasado el tiempo y ¿no lo había vivido?
El sonido de la infancia había desaparecido, el aroma de la sierra parecía desvanecido, ¡no se escuchaban piquetes!, ¡no se escuchaban bramidos! El
“dueño de la palabra “se fue peinando los vientos y los chozos aguardaron otro año la llegada de cabreros.
Después de la pesadilla llegó la reflexión, no se puede parar el tiempo, no se puede cambiar la vida, hay que aceptar esos cambios, hay que mirar hacia arriba.
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Granito en el Tejaillo, Tornavacas |
…pasado ya “el Portezuelo”, casi en el morro ”majá Reina” las piernas se derrumbaron, y paré a descansar, allí había una perdiz con nueve pequeños polluelos, que asustados ante mí, se quedaron indefensos. Eso te da las fuerzas para seguir mirando hacia arriba y beber en la fuente los Perros antes de coronar la cima.